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Desfamiliarización y empoderamiento en La hija extranjera (2015), de Najat El Hachmi

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Veröffentlicht/Copyright: 3. Dezember 2024
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Resumen

Este ensayo indaga en cómo Najat El Hachmi (Beni Sidel, 1979) construye un escenario de desfamiliarización relacionado con la condición migrante femenina en su novela La hija extranjera (2015). El relato pseudoautobiográfico retrospectivo está narrado desde la perspectiva de una joven migrante marroquí en Cataluña que se encuentra en un complejo y doloroso entramado social y psicológico relacionado con su situación familiar. Además de la subversión de las estructuras familiares tradicionales que desembocan en el abandono del marido, la familia y su propio hijo por parte de la protagonista, se analizan el papel de la lengua en la relación entre la madre rifeña analfabeta y la hija socializada en el sistema de educación catalán y, sobre todo, la carga intertextual de la novela, que establece un sistema de referencias con el feminismo literario catalán.

Desde su exitoso debut literario con L’últim patriarca (El último patriarca, 2008), la obra narrativa de la autora catalana-marroquí Najat El Hachmi (Beni Sidel, 1979) se relaciona con el tema de la familia en el contexto de la migración de Marruecos a Cataluña y las preguntas identitarias que surgen particularmente para las mujeres que llegaron a temprana edad. Se trata de la llamada generación “1,5”, es decir, personas nacidas en la sociedad de origen, pero educadas en el lugar de acogida. Najat El Hachmi comparte esta experiencia con las protagonistas de gran parte de sus novelas, en particular la ya mencionada arriba, pero también La filla estrangera (La hija extranjera, 2015) y El lunes nos querrán, galardonada con el premio Nadal de 2021.

Entre estas obras, La filla estrangera[1] presenta el personaje juvenil femenino más elaborado y más contextualizado en sus circunstancias sociales. La novela se constituye por el monólogo interior retrospectivo de una joven de 18 años. La narradora, de origen amazig, quien no lleva nombre, llega siendo aún niña con su madre desde la zona del Rif, en Marruecos, a Vic, donde recibe su formación secundaria y consigue muy buenas notas en la prueba de selectividad. El tiempo narrado se sitúa a finales de los años noventa, y el espacio literario se construye en analogía a la ciudad catalana, con su Palau Bojons que albergaba la Biblioteca antes de convertirse en el Museo Balmes.[2] De este modo, el escenario ficcional demuestra destacadas coincidencias con la biografía de la autora. Nos encontramos, pues, al comienzo de la inmigración marroquí a Cataluña, región de destino preferida por gran número de marroquíes.[3] La situación migratoria enfrenta a la región autónoma a nuevos desafíos sociales, a los que reacciona mediante programas de integración. La protagonista de la novela es contratada como “mediadora”, una tarea que le resulta muy decepcionante porque le impone a la población migrante, y sobre todo a las “‘mujeres en peligro de exclusión social’” (El Hachmi 2015: 84), los “valores culturales” (El Hachmi 2015: 126) de la sociedad de acogida sin preocuparse por los conflictos identitarios que esto conlleva.[4] A continuación se explora la construcción de la condición migrante femenina en esta novela, abordando la cuestión de la “desfamiliarización” a lo largo del hilo argumental de la narración y contextualizando la situación migratoria desde lo extraliterario.

Ante todo, conviene destacar que ya el título de la novela suena paradójico: la narradora autodiegética es “la hija extranjera”, es decir, el parentesco más cercano que se puede imaginar, el que existe entre madre e hijo/a, se concibe como experiencia de alteridad. En el presente caso, el de una madre analfabeta rifeña y una hija bilingüe amazig-catalana, la alteridad se hace perceptible a través de la lengua. La protagonista considera el catalán adquirido en la escuela como una frontera que divide las áreas de experiencias de las dos mujeres. Al comienzo de la novela, está decidida a escaparse de Vic a Barcelona y abandonar la vida comunitaria. Al imaginar la despedida, se da cuenta de la barrera que la lengua levanta entre ella y su madre: “He pensado: adiós, madre, gracias por todo, pero lo he pensado en esta lengua y no en la suya. Un pensamiento que de repente se me ha hecho falso. Hay pensamientos que solo he tenido o solo puedo recordar haber tenido en esta lengua que no es la suya” (El Hachmi 2015: 20).

En “esta lengua”, refiriéndose al catalán, se nos presenta el monólogo interior de la narradora-hija, de modo que “esta lengua” también es la vía que le ofrece una propuesta identitaria alternativa a la de su lengua materna. Así, es precisamente esta noción de “lengua materna”, en su sentido más literal, la lengua de la madre, la que apunta en el presente caso a la escisión que se produce en la relación entre madre e hija.

Sin embargo, la “desfamiliarización” excede este ámbito lingüístico, atañendo muy claramente a las experiencias biográficas reveladas por la narradora. Recién en un momento bastante tardío del relato, se da a conocer “nuestra historia” (El Hachmi 2015: 148), es decir, las circunstancias migratorias de madre e hija: el resultado de la migración se produce a partir del anhelo de reencuentro con el marido/padre, que había decidido partir a España él solo. Al llegar, se enteran de que vive con una nueva familia; como consecuencia, la madre, ahora sola, decide ponerse a trabajar en la limpieza para sostener a la familia monoparental. Esta situación coincide con el panorama migrante extraliterario, pues, tradicionalmente, son los hombres los que migran primero y las mujeres las que siguen bajo la consigna de reagrupamiento familiar (aunque en este caso fracasado). Por otro lado, observamos también que las mujeres que entran en el mercado laboral mantienen las labores típicas del sector femenino (Morokvasic 2019).

Ante esta situación familiar “anormal”, la madre hace todo lo posible para que ella y su hija sean respetadas en la comunidad migrante, conscientes de que las noticias sobre su conducta también alcanzarán a la familia allende el Mediterráneo:

Su frente de mujer rifeña, su cara de digna amaciga de la cabeza a los pies, una señora con todas las letras. Admirable y admirada siempre, por dentro y por fuera. Su integridad es conocida por todas las mujeres de la ciudad; por todas las marroquíes, claro. [...] Una reputación que atraviesa continentes cuando alguna de esas cotillas habla de ello con la familia durante la llamada dominical. (El Hachmi 2015: 19)

El acontecimiento de mayor impacto de toda la novela es sin duda la boda arreglada entre la protagonista y un primo suyo residente en Marruecos. Dada la situación particular de la familia, el enlace no puede corresponder a las condiciones usuales en la cultura marroquí:

Pero mi boda no tiene nada que ver con eso, porque no es que yo no me vaya de casa de mi madre, sino que me quedaré a vivir con ella. Y, por si fuera poco, no será el novio quien me venga a buscar sino yo quien vaya a buscarlo a él, y, al menos al principio, no será él sino yo misma quien me mantenga. [...] Otra diferencia sustancial con una boda tradicional: los muebles los he comprado yo y no el novio. (El Hachmi 2015: 138–140)

Las estructuras familiares se invierten: es la mujer y no el hombre quien se encarga de mantener a la familia, permaneciendo además la convivencia entre madre e hija. Nuevamente, la madre de la protagonista se las arregla para cumplir con las pautas tradicionales de su cultura repartiendo las festividades entre Marruecos y Cataluña. Así, salta a la vista una vez más lo paradójico de esta situación familiar: “Mi madre es una revolucionaria. Con tal de preservar las tradiciones, las cosas tal como siempre se han hecho y como se deben seguir haciendo, ha decidido que mi matrimonio será transcontinental, transmediterráneo, como el ferry. Una boda internacional” (El Hachmi 2015: 129).

Evidentemente, la actitud llamada de modo irónico “revolucionaria” se debe a una motivación bien conservadora de guardar las apariencias, y es más bien una prueba de este “mundo al revés” que en la condición migrante puede llevar a situaciones bastante absurdas. El Hachmi ha insistido con frecuencia en el hecho de que estos aparentes cambios de roles afectan sobre todo a las hijas migrantes en el momento de convertirse en mujeres casaderas, y también es un tema recurrente en sus novelas. La protagonista de El lunes nos querrán lo formula tajantemente:

La decencia, siempre la decencia, esa sustancia pegajosa que me habían arrojado encima sin saber lo que era. Nos habíamos acostumbrado a que nos trataran así cuando llegábamos a la pubertad: como niñas pequeñas, infantilizándonos más que cuando éramos pequeñas de verdad, y hacíamos la compra para toda la familia, acompañábamos a nuestras madres al médico, rellenábamos formularios y llevábamos a nuestros hermanos al colegio y les decíamos ten cuidado al cruzar la calle. Era el mundo al revés: cuando no levantábamos dos palmos del suelo nos hacían responsables de un montón de cosas que nuestras madres no podían hacer porque ya eran mujeres casadas y, por lo tanto, debían permanecer confinadas de por vida. Pero cuando nos hacíamos mayores nos empezaban a tratar como si fuéramos criaturas sin juicio que no podían valerse por sí mismas. Todo porque nos habían salido esos bultos por todas partes y cada mes nos bajaba un flujo de sangre que sabíamos que era normal por las clases de educación sexual, pero que no nos dejaban vivirla con normalidad porque esa sangre de mierda que nos salía del cuerpo había alterado nuestras libertades. Como si fuera el cerebro lo que se nos escurría entre las piernas. Lo más humillante de todo era que a partir de entonces debían acompañarnos hermanos más pequeños solamente porque eran varones. Hermanos a los que habíamos ayudado a criar y que ahora nos vigilaban. (El Hachmi 2021: 49–50)

Aunque con circunstancias familiares distintas, la situación descrita en la novela más reciente de la autora coincide con la que vive la “hija extranjera”, asesorando a su madre analfabeta en la organización de la vida cotidiana y en todas las tareas cívicas. Es muy buena alumna y se convierte, desde la perspectiva catalana, cada vez más en una “inmigrante ejemplar”, con el resultado de que esta aculturación la aleja cada vez más de su madre. De hecho, la única razón por la cual consiente el matrimonio arreglado es para liberarse de la tutela materna. Se dice a sí misma: “Una vez casada te dejarán tranquila y ya podrás hacer lo que quieras. Trabajar, estudiar, lo que quieras. Ya no tendrás que demostrar nada. [...] Me miro a los ojos y me insisto: cásate y serás libre. Cásate y tu madre será libre” (El Hachmi 2015: 36).

He aquí una nueva paradoja en esta interconexión de un matrimonio musulmán con la libertad que desde luego no llevará al resultado deseado. Muy al contrario de la idea de que la protagonista, como mujer casada, tendría la posibilidad de estudiar y de llevar una vida emancipada, el matrimonio se revela como una situación insoportable. Su primo-marido, una vez llevado a cabo el “reagrupamiento familiar”, vive a expensas de la mujer y la suegra:

A lo mejor levanto mucho la voz cuando le contesto [a mi madre] que qué quiere que haga, que no hay manera de que mi “querido esposo” “espabile”, y que se pasa las noches viendo la tele y el día durmiendo. Ella y yo trabajando y él durmiendo, menudo cambio de papeles, menuda forma de cambiar las costumbres. (El Hachmi 2015: 184)

Pero la protagonista no solo tiene que soportar las precarias condiciones materiales de su vida matrimonial, sino también una diaria manifestación de violencia de género y la creciente presión ideológica. Esta situación corresponde a un período del cual El Hachmi ha observado, en su ensayo Sempre han parlat per nosaltres (2019, Siempre han hablado por nosotras), la coincidencia de tres factores: la pubertad de los hijos de los primeros inmigrantes, el aumento de la migración marroquí y, al mismo tiempo, el auge de las corrientes fundamentalistas, de modo que la vida se ha tornado más represiva, sobre todo para las descendientes femeninas de las familias migrantes (cf. El Hachmi 2019: 57 y 69).

A la “hija extranjera” finalmente se la obliga a llevar el velo, aunque siempre se había negado a ponérselo. El tratamiento literario del tema coincide una vez más con la opinión de la autora, que entiende el pañuelo como signo de represión, oponiéndose en este contexto a un mal entendido “respeto relativista a la diversidad” (El Hachmi 2019: 126).[5] En la novela, el tema de cómo la protagonista sufre por tener que esconder “ese elemento tan importante de la identidad que es el cabello” (El Hachmi 2019: 52) es un motivo sobresaliente. La narradora finalmente sucumbe, pensando que puede considerar el velo como un detalle más bien exterior. Así se dice a sí misma: “Venga, no lo pienses más, hazlo y ya está cuanto antes te acostumbres mejor. Ni siquiera es como aceptar vivir con un marido desconocido, es algo superficial, una cuestión de apariencia, un elemento que no te define ni te cambia. Tómalo como un disfraz” (El Hachmi 2015: 199).

Pero la situación se torna insoportable para la protagonista. Después de una fuerte crisis psíquica se da cuenta de que “más vale estar sola que loca” (El Hachmi 2015: 222), y decide una vez más irse de casa y “desfamiliarizarse”. Tal como expresa Bourland Ross,

[m]aking a wordplay on the saying “más vale estar sola que mal acompañada”, the narrator substitutes the word crazy for the expression poorly accompanied, suggesting that her mother and her husband are poor company for her as woman. Both figures require her to play traditional female roles that she cannot sanely inhabit. Her only recourse lies in her escape from the damaging relationship between the narrator and her mother. (Bourland Ross 2018: 362)

Al llegar al desenlace de la novela, nos enfrentamos al tal vez más sorprendente e inusual acto de “desfamiliarización”. La protagonista queda involuntariamente embarazada debido a un descuido con la píldora, y después de dar a luz, se escapa a su añorada Barcelona dejando al recién nacido con su madre: “No sé cómo se dice en la lengua de mi madre la palabra prenda, no le encuentro correspondencia, pero le dejo este hijo en prenda. Ya no la dejo sola. Cuando tienes hijos pequeños, dice ella siempre, nunca te falta la compañía” (El Hachmi 2015: 230).

Con estas palabras, el relato concluye para dar paso a un “Epílogo” extradiegético, desde el cual la narradora cuenta su nueva vida barcelonesa. Está consciente de que no le quedaba otra vía para liberarse, de modo que su decisión finalmente se revela como acto de empoderamiento. Al mismo tiempo, experimenta la división entre la nueva autonomía y las ataduras persistentes. Finalmente, procura solucionar este conflicto interior poniéndose a escribir:

Iba a escribir la historia de mi madre para recuperarla, para recordarla, para hacerle justicia y porque todas esas cosas que yo pensaba que había olvidado, todo lo que tenía que ver con ella, lo llevaba en realidad dentro sin saber dónde. Escribiría su historia, y así podría separarla de la mía. Escribiría su historia, y así podría ser yo sin ser para ella, pero también ser yo sin ser contra ella. (El Hachmi 2015: 235)

Mediante el recurso metaliterario, el proyecto de contar la historia de la madre desde la perspectiva de la narradora, la historia de la analfabeta rifeña se vierte en un texto escrito en la segunda lengua de su hija, el catalán, de modo que se le otorga a la novela un final reconciliador. Evidentemente, el juego metaliterario se materializa en otro mundo de ficción: Mare de llet i miel (Madre de leche y miel, 2018), la siguiente novela de El Hachmi, consiste precisamente en el relato en primera persona de una madre rifeña que emigra sola con su hija. Fatima (la madre en La hija extranjera) les cuenta su historia a sus hermanas en un viaje a Marruecos, y aparecen los mismos personajes. Así se complementa el mundo de ficción de La hija extranjera, haciendo hincapié en la oralidad de la narración que desemboca en la reproducción de grabaciones (ficticias) de la madre que le pide perdón a su hija lejana, quien ahora aparece con el nombre de Sara.

De este modo, lo oral se hace escritura, muy acorde a la dedicatoria de Madre de leche y miel, que conecta con el tema de La hija extranjera: “A mi madre, que, sin saber leer, me enseñó a escribir” (El Hachmi 2018: 7). La aparente paradoja de esta afirmación resume metafóricamente el proceso de concientización de la protagonista que se desarrolla a partir de la escritura, uniendo una vez más lo propio y lo ajeno que marca esta hija extranjera.

El énfasis puesto en el acto de escribir se vincula directamente a las múltiples reflexiones sobre la lengua de las que toda la novela está impregnada. Y como es bien sabido que toda escritura exige lecturas previas, no sorprende que su texto escrito se halle lleno de referencias intertextuales. El tema se vincula explícitamente al fenómeno de la “desfamiliarización” cuando la narradora comenta que su tutora catalana “era como una segunda madre para mí porque me había enseñado la lengua de aquí, la lengua en que ahora pienso” (El Hachmi 2015: 103). De hecho, el acceso a la lectura, permitido por la adquisición del idioma catalán y las lecturas de literatura catalana de secundaria, se revela como un vínculo cultural de primer orden para la protagonista. La vemos leyendo —y dejando de leer— a Ramona, adéu (Ramona, Adiós, 1972), de Montserrat Roig, en el baño de su casa antes de tener que atender a unas mujeres marroquíes que vienen de visita: “Adiós, Ramona adiós, aquí Montserrat Roig, aquí las mujeres de mi pueblo. Las presento secretamente y me río mientras cierro el libro y observo a las mujeres parlotear como gallinas” (El Hachmi 2015: 33). La vemos evocando los lugares barceloneses relacionados con las protagonistas de Roig y de La plaça del diamant (La plaza del diamante, 1962), de Mercè Rodoreda, “[e]l Eixample de la Mundeta” y “la Gràcia de Colometa” (El Hachmi 2015: 115), y también vemos cómo se compara en una ocasión con “aquella protagonista que deambulaba por la calle Aribau” (El Hachmi 2015: 98), o sea, la Andrea de Nada (1945), novela de Carmen Laforet.

Así, los personajes femeninos ficcionales le prestan modelos de conducta, siendo también jóvenes en busca de una vida independiente mientras experimentan situaciones relacionadas con familias destruidas y el peso de la tradición. De hecho, Nada es la única novela citada que no está escrita en catalán, pero la condición de su protagonista parece tan adecuada al discurso de la “hija extranjera” que difícilmente se podría pasar por alto. Comparte con la protagonista de El Hachmi el momento transitorio a la edad adulta y sobre todo las ilusiones que les provoca a las dos una carrera universitaria en Barcelona. Según Carmen Martín Gaite, Andrea representa el prototipo de la “chica rara” (Martín Gaite 1987: 87), de las muchas heroínas literarias que en la España de postguerra expresaron que el matrimonio no siempre es el final feliz propagado por las novelas rosas. Cambia el agente de la represión —el franquismo, por un lado, el fundamentalismo islámico, por el otro—, pero finalmente lleva a situaciones vitales comparables, y a la “hija extranjera” le proporciona alicientes para su camino hacia una identidad híbrida.[6]

En este sentido, no sorprende que este refugiarse —y reconfortarse— en la lectura es lo que va perdiendo a medida que la presión social de parte de la familia se hace más fuerte: “Ya no leo. No tengo tiempo ni conviene. He escogido esta vida, según la cual debería haber sido analfabeta como mi madre: casarme, tener hijos, cocinar, limpiar, recoger, agotarme cada día y volverme a levantar para hacer exactamente lo mismo que el día anterior. Y no quejarme” (El Hachmi 2015: 77).

“Cuanto más me aleje de las palabras más podré parecerme a mi madre” (El Hachmi 2015: 178), es el reverso de la medalla y la divisa de la narradora con la cual, sin embargo, parece abandonar todo proyecto de un futuro autónomo. Porque es preciso añadir que la literatura no solo le ofrece modelos literarios de conducta, sino que también conlleva la posibilidad de crear vínculos cómplices con autoras feministas. Montserrat Roig fue una de las pioneras del activismo feminista catalán, y un segundo guiño feminista consiste en el hecho de que precisamente en el momento más fuerte del argumento, cuando la narradora se escapa después del parto para dejar al hijo con su madre, se evoque la voz de Carme Riera: “Te dejo, madre, un hijo en prenda” haciendo alusión al relato ya canónico “Te deix, amor, la mar com a penyora” (Riera 1988: 19), que da título a un volumen de cuentos publicado en 1975 y que se ha convertido en uno de los textos emblemáticos del feminismo literario catalán.

Otra referencia intertextual de gran intensidad es la poeta catalana Maria Mercè Marçal, cuyo poemario La germana, l’estrangera (1985) ha inspirado el título de la novela (cf. Cugat 2015: s. p.). Sin ser nombrada, la poeta vuelve a aparecer en un momento clave del argumento. La narradora recuerda un encuentro casual con “A”, un antiguo, y en un tiempo muy cercano amigo del Instituto, lo cual le da lugar a reflexionar sobre sus convicciones y perspectivas de antaño:

Y yo aquí, en medio de la calle ancha y ante un hombre que me trae el recuerdo de un mundo que ya no es el mío y un dolor insoportable, de derrota. Mi amor sin casa, el verso de la poetisa que él tanto admira, la que me presentó como referente existencial porque ella fue tres veces rebelde y cabe suponer que yo pueda serlo cuatro. (El Hachmi 2015: 107)

La “poetisa” aludida es Marçal, y citándola, el texto refuerza su parentesco electivo: se refiere al célebre poema “Divisa”, del poemario Cau de lunes (1977), que hoy en día se considera una suerte de manifiesto del movimiento feminista catalán de izquierdas:

A l’atzar agraeixo tres dons: haver nascut dona,

de classe baixa i nació oprimida.

I el tèrbol atzur de ser tres voltes rebel. (Marçal 2000: 23)

Inscribiéndose así en un contexto decididamente catalán y decididamente feminista, La hija extranjera demuestra muy claramente el alcance identitario de una vida entre las pautas culturales musulmanas y las añoranzas de emancipación percibidas por las jóvenes amaziges. El cuarto “don” es la condición migrante que interactúa de una manera muy pronunciada con la categoría de género. En este sentido, El Hachmi afirma en una entrevista con motivo de la publicación de La hija extranjera que “las chicas [...] son las que simbolizan cómo es o no es la integración. El foco está sobre ellas” (Cugat 2015). Queda evidente que la interseccionalidad afecta a los procesos de “desfamiliarización” que nos presenta la novela.

Ya se comentó que, al trabajar en su mundo de ficción la condición migrante experimentada por las mujeres marroquíes que viven en Cataluña, El Hachmi se adscribe al ámbito de sus propias experiencias. Además, el contenido ficcional se puede compaginar con sus escritos ensayísticos, periodísticos y autobiográficos. Conviene volver un momento a su manifiesto feminista Sempre han parlat per nosaltres (Siempre han hablado por nosotras, 2019), en el cual describe el conflicto identitario de las mujeres musulmanas, sobre todo a la vista de la creciente islamización de los años noventa. Comienza este texto hablando de lo difícil que resulta “alzar la voz”, y ya al comienzo afirma que el “ambiente protegido de la ficción” (El Hachmi 2019: 13) la ayudó a visibilizar la situación de las migrantes. Por lo visto, concibe su labor literaria como menos peligrosa que el activismo directo y complementaria en su lucha por la emancipación.

En ese mismo ensayo insiste en la lectura como vía de concientización; el capítulo “El islamismo o la tribu que nos persigue” enfatiza la importancia de la educación como requisito indispensable para la participación autónoma en la vida social: “Es una verdad obvia y muy repetida, pero sigue estando vigente: sin educación no hay libertad” (El Hachmi 2019: 55). Y comenta con respecto a su propia experiencia biográfica:

Era muy feliz en la escuela aprendiendo cosas nuevas, expandir los límites de mi mundo hacía que me sintiera libre de verdad. Y leer, por supuesto, leer y descubrir a infinidad de mujeres diferentes a través de la literatura, ver escrito su malestar, lo que no se podía explicar. Pensar, cuestionar, ver el mundo desde fuera del mundo en el que había vivido, entenderlo desde fuera. (El Hachmi 2019: 55)

De este modo, las referencias intertextuales detectadas en La hija extranjera también forman un punto de convergencia con la experiencia de El Hachmi: en primer lugar, proporcionan el importante paso de un acercamiento intercultural. En segundo lugar, y en términos de “desfamiliarización”, se hace patente que las lecturas de la protagonista también se perciben como una sustitución de la relación maternal. Comentando este aspecto de su novela, El Hachmi sostiene que “es una búsqueda de otros referentes femeninos distintos a los de la madre, las autoras son sus madres literarias” (Cugat 2015).

Al servirse de varias estrategias estético-literarias, desde la introspección narrativa hasta la intertextualidad, para dilucidar los dilemas a los cuales la protagonista se ve enfrentada, La hija extranjera se presenta como una historia de empoderamiento, pero también como alegato a favor de la hibridez cultural y la negociación intergeneracional en el contexto de la migración marroquí a España y sus consecuencias sociales.

Bibliografía

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Published Online: 2024-12-03
Published in Print: 2024-11-28

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