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Consumo y circulación de bienes culturales argentinos en China: Debates y perspectivas para un plan de promoción nacional

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Published/Copyright: March 8, 2024

Resumen

Los bienes culturales son la base inmaterial de nuestra sociedad, cuyos elementos representan los valores, las costumbres y el devenir histórico de la nación. En la actualidad, las formas simbólicas de la cultura se han convertido en productos intercambiables con un valor estratégico desde el punto de vista político y económico. Teniendo en cuenta el creciente peso de las relaciones y los intercambios con la República Popular China, este artículo intenta contribuir al debate sobre el consumo y la circulación de los bienes culturales argentinos, con el fin de proveer nuevas perspectivas y visibilizar un campo de estudios parcialmente ignorado por los académicos de nuestro país. Partiendo de un análisis bibliográfico que aborda conceptualizaciones de la sociología, la diplomacia pública y los estudios de marca país, este artículo evalúa las bases para el intercambio cultural sino-latinoamericano, la moderna sociedad de consumo en China y los procesos de circulación exterior para la promoción de bienes culturales argentinos. Además, se plantean algunas perspectivas para pensar un plan nacional de promoción, considerando las diferencias culturales entre ambas sociedades, la identificación y la selección estratégica de productos simbólicos para su circulación y el apoyo de los actores no-gubernamentales.

Abstract

Cultural goods represent intangible values, customs, and the social development of a nation. In current days, they have become interchangeable products with strategic political and economic value. This article aims to contribute to the ongoing discussion on the consumption and circulation of Argentinian cultural products in light of the increasing relations and exchanges with the People’s Republic of China. This article is based on a literature review that delves into conceptual frameworks of sociology, public diplomacy, and nation branding research. It assesses the foundation for cultural exchange between China and Latin America, focusing on the modern consumer society in China and how Argentinian cultural assets are promoted abroad. In addition, some perspectives are proposed to think about a national promotion strategy, considering the cultural differences between both societies, the strategic selection of symbolic products for circulation, and the non-governmental actors’ support.

1 Introducción

Los bienes culturales representan la herencia social y la forma objetivada de un modo de vida, materializado en aspectos como el lenguaje, el arte, la alimentación o las costumbres. La cultura es definida como la totalidad simbólica que resulta de un proceso de transmisión de pautas y valores (Neufeld, 1998), además de constituir la estructura preexistente donde estos bienes son elaborados y reelaborados por los miembros de una sociedad. Los bienes culturales, así como la cultura, pueden ser analizados desde diferentes perspectivas. Por un lado, el enfoque interpretativo evalúa las formas simbólicas a partir del patrón de significados que le han sido incorporados a través de las acciones, experiencias y creencias de los individuos (Geertz, 2017). Por otro lado, una visión estructural comprende a los bienes culturales como resultado de las relaciones sociales entre sus miembros, las cuales se encuentran insertas en un contexto y proceso socio-histórico específico (Thompson, 1993). Tomando en consideración esta última perspectiva, los bienes culturales de una sociedad se encuentran asociados a un espacio y tiempo particular, donde el Estado-nación moderno ha instituido al individuo y sus formas simbólicas a partir de una red de mecanismos y prácticas cotidianas (Balibar, 1990). De esta forma, la comunidad imaginaria nacional, reproducida mediante el funcionamiento de las instituciones, nos permite identificar ciertas formas simbólicas y apropiarlas como parte del acervo cultural local.

La cultura nacional argentina, en particular, es el resultado del devenir histórico de nuestra sociedad, cuyo patrimonio indígena e hispánico resulta fuertemente influenciado por la inmigración europea posterior. La bibliografía argentina se ha focalizado en los procesos de origen (Alabarces, 2007; Sabato, 1975), producción e industrialización de los bienes culturales (Getino, 1995; Schargorodsky, 2018), dejando de lado aspectos fundamentales sobre su circulación y consumo en el exterior. En la actualidad, la globalización e integración al sistema capitalista mundial ha convertido a los bienes culturales en commodities intercambiables en el mercado internacional, cuyos beneficios económicos y políticos plantean la necesidad de poner en agenda las iniciativas para la promoción cultural exterior. Por otro lado, existe un consenso académico respecto al creciente peso de la República Popular China en el desarrollo económico de nuestro país, su inserción internacional y una multiplicidad de debates en torno a la influencia que ejerce en diversos sectores de nuestra sociedad (Villagrán, 2022). No obstante, pocos estudios han explorado la relación inversa en términos culturales, es decir, cuales son las capacidades nacionales para poner en circulación el patrimonio simbólico de nuestro país, teniendo en consideración los procesos modernos de consumo y mercantilización en la sociedad china.

Partiendo de un análisis bibliográfico en torno a la teoría sociológica, la diplomacia pública y los estudios de marca país, este artículo intenta contribuir al debate sobre el consumo y la circulación de bienes culturales argentinos en China, con el objetivo de proveer nuevas perspectivas y visibilizar un campo de investigación parcialmente ignorado por los académicos de nuestro país. El artículo se organiza de la siguiente forma. A modo introductorio, el primer apartado discute las bases filosóficas, políticas y económicas para el intercambio y el diálogo cultural sino-latinoamericano. A continuación, se aborda la moderna sociedad de consumo en China a través de la sociología, tomando en consideración el debate estructural/relativista, la especificidad cultural del consumo doméstico y el rol de los intermediarios locales. El tercer apartado se enfoca en los procesos de circulación exterior, teniendo en cuenta el rol de la diplomacia pública y los agentes de promoción, así como los beneficios político-económicos del poder blando y la marca país. Acto seguido, se plantean algunas sugerencias para pensar un plan nacional de promoción cultural, en torno a las diferencias culturales entre ambas sociedades, la identificación y selección de bienes culturales para su circulación y el carácter estratégico de los actores no-gubernamentales como apoyo de las instituciones estatales. Las consideraciones finales sugieren algunas ideas para profundizar la investigación empírica en este campo.

2 Bases para el intercambio y el diálogo sino-latinoamericano

Desde la fundación de la República Popular China, se ha dado un incremento exponencial de las relaciones culturales como marco preliminar de las asociaciones de cooperación integral con Latinoamérica durante la segunda década del siglo XXI. La diplomacia cultural, definida como las interacciones entre Estados soberanos cuyo objetivo es la difusión y el intercambio de contenido cultural con determinado fin estratégico, ha sido un elemento fundamental de la política exterior china desde la posguerra, cuando las naciones no alineadas iniciaron sus contactos con el objetivo de estrechar sus lazos político-culturales. Zhang y Guo (2021) destacan la existencia de tres etapas históricas para las relaciones culturales sino-latinoamericanas: la diplomacia literaria y artística (1949–1980), la diplomacia de civilizaciones (1980–2012) y la diplomacia ideológica (2012-actualidad). La primera etapa, caracterizada por los intercambios de escritores y artistas, fue el puntapié inicial para el conocimiento y el entendimiento mutuo con Latinoamérica, donde se destacan eventos tales como la visita de Pablo Neruda a la República Popular China en 1951 por invitación de gobierno local, entre tantos otros encuentros artísticos que sucedieron en este periodo. La segunda etapa, iniciada en el periodo de reforma y apertura, fue un momento intermedio de las relaciones culturales entre China y Latinoamérica, donde la imagen positiva entre ambas regiones es reforzada a través de la cooperación educativa y los medios de comunicación. La última etapa, contemporánea a nuestros días, representa el nivel más elevado de diplomacia cultural entre nuestros pueblos, donde ambas partes buscan la transmisión de conocimientos sistemáticos con el fin de establecer una identidad en común y una posición ideológica mutua.

Ahora bien, ¿cuáles son los fundamentos teóricos y estratégicos que explican la diplomacia cultural entre la República Popular China y Latinoamérica? Didácticamente, es posible analizar las bases del diálogo y el intercambio cultural sino-latinoamericano siguiendo perspectivas filosóficas, políticas y económicas. Una visión filosófica de las relaciones culturales entre la República Popular y Latinoamérica implica una lógica kantiana, donde las naciones involucradas conviven armoniosamente a través del diálogo y el cosmopolitismo universal (Kleingeld, 2011). Estas ideas de la filosofía política occidental resultan similares a ciertas perspectivas del pensamiento chino (confuciano, taoísta, budista), donde el pacifismo emerge como un elemento virtuoso para la convivencia entre los pueblos. Sin embargo, el periodo de globalización que surge en los años 90 del siglo XX plantea visiones filosóficas contrapuestas. Por un lado, la Teoría del Choque de Civilizaciones de Samuel Huntington alerta sobre un conflicto inminente entre las civilizaciones de ambos hemisferios (Huntington, 1993); por el otro, existe una visión opuesta con el objetivo de evitar tal escenario, denominada Teoría del Diálogo de Civilizaciones (Khatami, 2012). El diálogo de civilizaciones plantea la posibilidad de convivencia armoniosa basada en el respeto mutuo, entendimiento e inclusión, ideales posibles a través de una comunicación fluida entre los pueblos. Esta perspectiva resulta similar a la “Comunidad de Futuro Compartido” (Gao, 2017), donde se plantea como fin último la búsqueda de consensos y se entiende al mundo como un espacio común. En este sentido, la diplomacia cultural sino-latinoamericana podría ser una herramienta para la convivencia armoniosa y las relaciones amistosas entre los pueblos.

Por otro lado, una visión más realista en el sentido político de la palabra podría justificar el diálogo y los intercambios culturales como instrumento estratégico para conseguir ciertas ventajas en el escenario internacional. De hecho, históricamente, el criterio universalista ha sido sostenido por aquellas naciones que gozan del control de los procesos de producción y una posición central en la división internacional del trabajo (Wallerstein, 2006). La difusión de la información y las comunicaciones son elementos clave para la consecución de objetivos de política exterior, donde la diplomacia cultural a través de los medios, comunicación y los intermediarios locales ha sido fundamental para el ascenso internacional de países como Gran Bretaña y Estados Unidos durante los siglos XIX y XX. No obstante, la existencia de un amplio consenso respecto a la dominación cultural de los países centrales sobre aquellos en la periferia del sistema-mundo debido a ciertas ventajas tecnológicas y económicas, no supone que el flujo de información cultural sea continuamente unidireccional. En el escenario internacional, así como en el ámbito doméstico, la hegemonía difícilmente puede ser alcanzada en su totalidad y siempre existen espacios de poder que pueden ser disputados por sectores periféricos. En este sentido, Carlos Escude (1992) plantea la capacidad de los estados latinoamericanos para generar una dosis de autonomía y beneficios a partir de sus ventajas comparativas en ciertos sectores, pese a su posición periférica en el sistema internacional. Esta perspectiva puede ser fácilmente aplicada en el ámbito de la diplomacia cultural, dado que muchos países latinoamericanos han aplicado políticas de comunicación exitosas para la promoción y la difusión de sus bienes culturales en China, incluso contando con apoyo de los medios de comunicación locales. Es probable que el diálogo y la interacción cultural sino-latinoamericana sean relativamente simétricos y con beneficios mutuos, pese a las diferencias en términos de desarrollo tecnológico y productivo.

El fundamento económico es igualmente esencial para explicar los intercambios culturales entre China y Latinoamérica. Las campañas para la creación de una imagen nacional positiva no solo conlleva ventajas y beneficios políticos, también resulta clave para el desarrollo económico de un Estado soberano. En primer lugar, las políticas de promoción y difusión de la cultura nacional en países extranjeros tiende a crear atracción y afinidad emocional, facilitando la comunicación entre las partes y disminuyendo los costos de transacción. En segundo lugar, las iniciativas de intercambio cultural pueden obedecer a una lógica de mercado, por ejemplo, la promoción del aprendizaje del idioma local o el otorgamiento de becas de posgrado resultan esenciales para cultivar recursos humanos con habilidades interculturales. En tercer lugar, la sociedad postindustrial ha transformado la ética del trabajo en una estética del consumo (Bauman, 2007), donde los aspectos atractivos de una cultura foránea pueden ser fácilmente convertidos en commodities culturales con valor de mercado. Este último aspecto es importante para el análisis sobre el consumo y la circulación de los bienes culturales, en torno a los cuales se han creado industrias derivadas capaces de generar beneficios económicos considerables, particularmente en sectores tales como los medios de comunicación y entretenimiento. Dentro de la amplia gama de interacciones e intercambios culturales, los bienes culturales también gozan de ciertas ventajas económicas en cuanto a su circulación, la cual involucra intermediarios no-estatales que dinamizan su promoción y los convierten en bienes de consumo cultural masivo (Throsby, 2003). Siguiendo una visión similar, se evaluarán algunos aspectos de la demanda y la oferta de bienes culturales en China, enfocando nuestro análisis en dos procesos esenciales: consumo y circulación.

3 Consumo y circulación de bienes culturales

3.1 La sociedad de consumo en China

El consumo es probablemente uno de los elementos más distintivos de la sociedad postindustrial, incluso se lo ha concebido como el motor central del sistema capitalista en la actualidad (Corrigan, 1997). En las sociedades tradicionales e industriales, el acto de consumo se efectuaba para satisfacer necesidades diarias, donde los individuos aprendían de forma temprana los modos apropiados de gasto y ahorro. En el periodo postindustrial, surgieron nuevos procesos de consumo separados de las necesidades básicas y los objetos concretos, donde el consumo degenera en consumismo, es decir, una actividad auto-gratificante para la satisfacción continua del deseo y el placer. El sistema capitalista actual concibe al consumismo como un atributo propio de la sociedad moderna, un tipo de disposición social resultado de un reciclaje continuo de las necesidades humanas y los deseos, una fuerza que coordina sistemáticamente la reproducción, integración y estratificación social, donde los individuos son interpelados esencialmente en su rol como consumidores (Bauman, 2007). Aunque la sociedad de consumo moderna surge en Occidente durante el periodo de posguerra, este proceso llega a China de forma tardía después del periodo de Reforma y Apertura, debido a los procesos históricos que existieron en el país desde su fundación en 1949 hasta su inserción en el sistema capitalista mundial durante los años ochenta. En este sentido, es probable que las características generales del consumismo como proceso social solo se hayan manifestado en China durante las últimas dos décadas, con el bienestar económico de la nueva clase media y las nuevas generaciones de jóvenes adultos nacidos durante el periodo de Reforma y Apertura (Zhang, 2018).

No obstante, el aumento del consumo de lujo en China no se explica simplemente por un incremento en la renta personal. La teoría sociológica ha analizado en profundidad los factores que determinan este proceso, basados esencialmente en el carácter sistémico del consumo y las características estructurales de la sociedad. A principios del siglo XX, los teóricos observaron los modos de consumo como reflejo de una competencia de estatus social (Weber, 1971), donde el consumo adquiere un carácter simbólico para demostrar la pertenencia del individuo a cierto estrato de la sociedad (Veblen, 1994). Los bienes de consumo, símbolos de estatus y prestigio social, se convierten en objetos necesarios para la demarcación y estabilidad de las categorías culturales (Douglas e Isherwood, 1979), las cuales se dan dentro de un campo de fuerzas con interacciones directas entre agentes. En este espacio social, los agentes y grupos de agentes (es decir, las clases sociales) se definen por su ubicación relativa y condiciones de vida similares, por lo tanto, tienen a priori “disposiciones e intereses semejantes, incluso prácticas y tomas de posición semejantes” (Bourdieu, 1989). Los modos de consumo, reflejo de dichas categorías sociales, no solo dependen del capital económico de los agentes, también implican prácticas de consumo en función del capital cultural de los individuos, ya sea en su estado incorporado, objetivado o institucionalizado (Bourdieu, 1987). En este sentido, existe un amplio consenso académico respecto a la distinción estructural de los modos de consumo a través de las distintas categorías en el espacio social, a pesar de algunas voces divergentes respecto a la autoconciencia del individuo respecto a los hábitos de consumo y forma de vida (Featherstone, 1987; Paterson y Simkus, 1992).

Sin embargo, en nuestro caso, ¿es teóricamente válido utilizar la perspectiva estructural para analizar el consumo de bienes culturales en China? ¿O estamos condenados a caer en el relativismo cultural? Los académicos han debatido sobre los peligros de trasladar las teorías de Bourdieu an un contexto cultural y socialmente diferente a las sociedades occidentales del periodo de posguerra. No obstante, algunos estudios han comprobado la validez de ciertas categorías de análisis para abordar los fenómenos de consumo en China, lo cual se explica parcialmente por su inserción tardía en el sistema capitalista mundial. Por ejemplo, la tesis doctoral de Gordon Li (2020) incursiona en el consumo y las distinciones culturales en las ciudades más grandes y desarrolladas de China. Esta serie de estudios devela cómo la penetración de la música extranjera se ha convertido en una forma de capital cultural, particularmente ligada a la educación y la transferencia de capital cultural incorporado a través de la crianza familiar. En la misma perspectiva, el estudio de Song et al. (2016) explica cómo los distintos tipos de ascenso social en la clase media china implican diversos modos de consumo, es decir, el rol de los recursos financieros en el consumo de bienes materiales y las credenciales educativas (es decir, el capital cultural institucional) en el consumo de bienes culturales. Es probable que en los últimos cuarenta años, desde el inicio del periodo de Reforma y Apertura, las diferencias en términos de capital económico y cultural se hayan vuelto más pronunciadas entre los diversos sectores de la sociedad china, dando lugar an una estratificación social con tres clases distintivas (y modos de consumo diferenciados): la clase dominante, es decir las elites económicas y políticas del país; la clase media, conformada por los trabajadores de cuello blanco en las grandes ciudades, y la clase subordinada, la cual ofrece su trabajo físico a cambio de un salario de subsistencia (Goodman, 2008).

Pese a la evidencia de una distinción estructural en los patrones de consumo cultural en China, otros estudios han desafiado estos resultados. Por ejemplo, los trabajos de Li (2014) y Yu (2014) sostienen que las elites de China son consumidores omnívoros, es decir, su consumo es ecléctico y variado, contraria a la perspectiva de Bourdieu sobre el consumo de tipo intelectual entre las clases altas (Paterson y Simkus, 1992). Las particularidades políticas y culturales de la sociedad china nos obligan a considerar otros factores, adoptando una visión relativista del consumo. Desde el punto de vista político, hemos mencionado que los procesos revolucionarios para la conformación del socialismo con características chinas ha tenido como consecuencia una entrada tardía en el sistema capitalista moderno. Es evidente que los procesos de acumulación de capital son relativamente nuevos y restringidos en comparación a las sociedades occidentales, y que gran parte de la sociedad actual en la franja etaria superior ha sido educada durante la revolución cultural. Estos detalles no son menores, marcando patrones de consumo exponencialmente diferentes entre los baby boomers y la juventud de los 80 en comparación a los millennials y centennials (Zhang, 2017). La especificidad de las instituciones políticas chinas también produce un sentimiento nacional que se traduce en un modo de consumo particular. Los consumidores chinos son esencialmente “consumidores-ciudadanos” guiados por su deber civil y en muchos casos rechazando productos extranjeros como gesto de lealtad hacia la nación (Zhou y Belk, 2004).

Por otra parte, las particularidades culturales del consumidor chino son aspectos que también debemos tener en cuenta. En primer lugar, las memorias sobre un pasado (no tan lejano) de pobreza y limitaciones económicas, junto a la modestia y la frugalidad confuciana, hacen que el consumidor tradicional destine gran parte de sus ingresos al ahorro y una pequeña proporción al consumo (Zhang, 2018). En este sentido, el estudio de Eckhardt et al. (2015) proporciona evidencia respecto a un incremento en el consumo de productos no-suntuosos entre los jóvenes de clase alta, sosteniendo la inaplicabilidad de las perspectivas de Veblen (1994) y Bourdieu (1984) en la sociedad china. En segundo lugar, el regionalismo y las diferencias geográficas juegan un rol fundamental en los patrones de consumo y las percepciones estéticas (Hughes et al., 2015). La provincia de origen y el contexto familiar inmediato todavía tienen un impacto en las oportunidades de los individuos. En este sentido, los habitantes de las zonas costeras del país suelen tener un mayor acceso al capital económico y cultural, imprimiendo características diferenciadas en el consumo de zonas rurales y urbanas del país (Wang et al., 2009). Finalmente, existen algunos valores culturales comunes a todos los individuos, denominados: guanxi [relación], mianzi [imagen], renqing [favor] y bao [reciprocidad]. El carácter consensual de las relaciones y la reciprocidad afectan al consumo como actividad comunitaria, mientras la imagen positiva está íntimamente ligada al estatus social del individuo, y el favor se relaciona a la lealtad del consumidor respecto a determinados productos y servicios (Wang y Lin, 2009).

Más allá de las particularidades políticas o culturales de la sociedad china, cuestión que afecta principalmente a los consumidores, la bibliografía especializada sobre bienes culturales se ha enfocado en el rol de los intermediarios, es decir, los agentes de consagración que evalúan, valoran y aprueban o refutan dichos productos (Di Maggio, 1992; Hasitschka et al., 2010; Smith Maguire y Matthews, 2012). Cabe aclarar que el estudio de los intermediarios tiene que ver con la circulación de los bienes culturales. Sin embargo, la existencia de agentes locales que son parcialmente consumidores y juegan un rol fundamental en la competencia por la legitimidad cultural y la reproducción simbólica, nos permite analizarlos desde el lado del consumo. Los intermediarios que pertenecen a la sociedad donde se consumen dichos bienes simbólicos pueden ser dos tipos: emprendedores culturales o medios masivos de comunicación. Por un lado, los emprendedores culturales son individuos de la sociedad local que voluntariamente asumen su rol como barrera (gatekeeper; Di Maggio y Hirsch, 1976) o soporte (support worker; Becker, 1982) de la reproducción de legitimidad cultural. Desde un punto de vista estructural, estos actores suelen pertenecer a la pequeña burguesía local, operando autónomamente sin capital económico o político (Scott, 2012; Wright, 2005). Los emprendedores culturales tienen un modo de vida que se orienta al aprendizaje continuo, así como una fascinación por la identidad personal, la apariencia y una búsqueda constante de nuevas experiencias. Su labor de mediación y encuadre de los bienes culturales suele utilizar diferentes herramientas tales como los rankings y las redes personales (Karpik, 2010), las convenciones y eventos sociales (Truninger, 2011) y las definiciones operacionales de los bienes y mercados (Slater, 2002). Por otro lado, los medios masivos de comunicación son otro de los intermediarios domésticos que tienen un efecto igualmente importante en el consumo de bienes simbólicos, aunque sus operaciones tienden a estar estrechamente ligadas a los intereses de las elites locales (Castells, 2009) y suelen tener una función pedagógica sobre los emprendedores culturales (Smith Maguire y Matthews, 2010). También existen agentes de mediación que operan desde exterior o tienen contactos directos con instituciones de promoción cultural, los cuales serán analizados en el próximo apartado (Figura 1).

Figura 1: 
Esquema de agentes.
Figura 1:

Esquema de agentes.

3.2 Circulación exterior: Poder blando y marca país

La circulación exterior de bienes culturales depende esencialmente de la iniciativa gubernamental del país de origen, aunque la práctica moderna de los intercambios simbólicos ha demostrado un rol preponderante de los actores no-estatales. La diplomacia tradicional suele ser entendida como las relaciones e intercambios de gobierno a gobierno, donde los oficiales de Estado monopolizan las prácticas diplomáticas a través de las instituciones pertinentes (Deutsch, 1966). En la actualidad, la necesidad de comunicarse con el público global con el objetivo de informar, influenciar y buscar apoyo social respecto a las iniciativas nacionales y a la política externa, ha devenido en nuevas formas de interacción internacional (Signitzer y Coombs, 1992; Snow, 2020). En 1965, Edmund Gullion definió por primera vez a la diplomacia pública como “la influencia de las actitudes públicas en la formulación y la ejecución de la política exterior”, donde los gobiernos cultivan la opinión pública foránea a través de los medios de comunicación y propaganda internacional. Esta disciplina de las relaciones internacionales suele utilizar las herramientas más avanzadas de las ciencias de la comunicación y otros campos relacionados para ganar las mentes y los corazones de la sociedad civil, y de esta forma lograr que las políticas gubernamentales en el escenario internacional sean admiradas o por lo menos aceptadas y toleradas. Como se mencionaba anteriormente, la iniciativa de la diplomacia pública suele estar en manos de las instituciones gubernamentales, pero en la práctica es ejercida por la clase promocional internacional (TPC), es decir, actores de diversos ámbitos con intereses personales que suelen pertenecer a la elite cosmopolita de la nación (Valaskivi, 2016). La diplomacia pública como forma de circulación de los bienes culturales suele ser analizada en función de sus objetivos políticos u económicos, donde las instituciones y los métodos de promoción suelen diferir en función de la meta propuesta.

En política exterior, la diplomacia pública se encuentra emparentada con el concepto de poder blando. Joseph Nye (1990) sostiene que este tipo de poder, basado en la influencia indirecta de la cultura, los valores y la ideología, suele ser la mejor opción para inducir un cambio en el comportamiento. Si el objetivo político se enfoca en cooptar y atraer emocionalmente a los individuos de otras naciones, la práctica de la diplomacia pública como método para ejercer poder blando constituye la forma apropiada de hacerlo (Snow, 2020). La circulación de bienes culturales, entre muchos otros tipos de intercambios, le permite al gobierno nacional establecer un mejor entendimiento y relaciones de largo plazo con otras sociedades, incrementando la confianza entre las partes, mejorando los términos de intercambio y reciprocidad, además de generar influencia y persuasión a nivel individual. La diplomacia pública gubernamental suele adoptar el modelo de relaciones públicas (PR) a través de las instituciones de representación diplomática (embajadas, consulados, misiones comerciales) e instituciones educativas de carácter semiestatal, como es el caso de los Institutos Confucio de China, el British Council de Inglaterra, o el Instituto Goethe de Alemania, entre otros. Sin embargo, muchas veces la práctica de la diplomacia pública queda en manos de actores no-estatales (empresas multinacionales y académicos) cuyo nivel de conocimientos y autonomía de acción supone una ventaja para una mayor extensión del proceso de circulación. Pese a esto, existe un consenso académico respecto a los inconvenientes que existen cuando las instituciones gubernamentales no asumen un rol de liderazgo, donde la diplomacia pública deja de ser sistemática y se convierte en acciones caprichosas y esporádicas, sujetas a los intereses personales de los embajadores culturales.

En el plano económico, donde los bienes culturales son ponderados por su valor de mercado, la diplomacia pública adopta un modelo promocional corporativo llamado marca país (country branding). Las iniciativas de marca país implican un esfuerzo comunitario de todas las fuerzas nacionales para la promoción de una imagen positiva en el exterior, utilizando la perspectiva proactiva del marketing y la visión estratégica del mundo empresarial (Melissen, 2005). En la práctica, los proyectos de marca país tienden a acentuar los elementos de la cultura nacional y reflejar sus aspiraciones, incrementando las ventajas comparativas del país en su competencia económica global (por ejemplo, exportaciones, inversión extranjera directa o turismo). Los actores y las instituciones abocadas a esta tarea suelen ser profesionales de la diplomacia pública sin credenciales gubernamentales, los cuales asumen su rol como constructores semi-autónomos de redes, manejando herramientas y recursos de la diplomacia formal para hacer circular los bienes culturales (Gienow-Hecht y Donfried, 2010). En este sentido, la democratización en el acceso a la información y el conocimiento especializado de los agentes de promoción da como resultado una pérdida progresiva del monopolio gubernamental sobre los asuntos internacionales, particularmente aquellos de índole comercial. No obstante, como mencionábamos anteriormente, resulta importante que los esfuerzos de promoción nacional estén debidamente coordinados. La sociedad civil debe entender y dar soporte al programa, a través de los medios de comunicación y otras organizaciones (culturales, deportivas, turísticas, artísticas, etc.), las cuales deben cooperar con las cámaras de comercio y el gobierno nacional, con el objetivo de brindar una imagen sincronizada sobre los aspectos positivos del país (Olins, 2005).

Ahora bien, específicamente ¿Cuáles son las características que los bienes culturales deben poseer para ser considerados dignos de circulación exterior? El trabajo de Valaskivi (2016) nos proporciona algunas ideas. De acuerdo con el autor, la mayoría de las naciones que han llevado a cabo proyectos de marca país buscan dar una imagen cool sobre la cultura nacional, entendiendo este concepto como lo apropiado desde un punto de vista simbólico y estético, mientras se retiene la idea de un producto culturalmente único y auténtico. En otras palabras, una comunidad política que ha logrado autodefinirse como proyecto de marketing, suele poner en circulación bienes culturales asociados con la innovación, las industrias creativas y la juventud, incluso con la rebeldía y la originalidad. Desde este punto de vista, la diferenciación debe ser realizada acorde a los valores del imaginario social, y a su vez construir autenticidad que resulte atractiva y deseable para el público. El proceso de diferenciación para la circulación de los bienes culturales implica tres etapas donde los productos simbólicos deben ser identificados, comunicados y comercializados. En primer lugar, los agentes de promoción deben identificar y seleccionar aquellos elementos de la cultura nacional que resulten positivos para el público foráneo, basados en información previamente recolectada sobre percepciones del otro. En segunda instancia, los bienes escogidos deben ser aprehendidos por la sociedad doméstica, comprometiendo a la población con los elementos representantes de la marca nacional. Finalmente, diversas herramientas del marketing y publicidad deben ser aplicadas con el objetivo de buscar reconocimiento o competitividad en el mercado internacional (Valaskivi, 2016).

4 Consideraciones para un plan de promoción nacional: Diferencias culturales, diplomacia de nicho y modelo de red

A pesar de las diversas recetas teóricas para la ejecución de la diplomacia pública y las iniciativas de marca país, la especificidad del consumo y la circulación de bienes culturales argentinos en China nos permite un análisis detallado sobre consideraciones especiales de nuestro caso. La investigación nacional sobre industrias culturales (Getino, 1995; Schargorodsky, 2018) y marca país (Bachratz, 2011; Echeverry y Estay Niculcar, 2012) ha sido prolífera y minuciosa, particularmente respecto al papel estratégico de los bienes culturales en el desarrollo económico y las relaciones internacionales. No obstante, la mayoría de los estudios concentran su atención en la producción de bienes simbólicos, ignorando los procesos de circulación y consumo, los cuales podrían variar en función del mercado exterior a donde se los destina. En este sentido, un plan de promoción nacional para la circulación y consumo de bienes culturales en China no solo debe tener en cuenta las condiciones económicas de producción, también debe considerar las características estructurales del espacio de promoción en torno a las diferencias culturales que podrían determinar los resultados de la iniciativa, así como los efectos de una correcta selección de bienes simbólicos que resulten atractivos para los consumidores locales. Además, el mercado de destino y las nuevas prácticas internacionales podrían demandar una nueva configuración en el sistema de promoción, caracterizado por una red de actores no-gubernamentales con un rol cada vez más preponderante en la circulación de los bienes culturales.

En primer lugar, por su especificidad latinoamericana y su origen no-confuciano, la cultura nacional argentina tiene características particulares que podrían significar una barrera para la comprensión de las iniciativas de promoción en el país de destino. Los valores culturales de China y América Latina pueden ser analizados desde diferentes modelos y tipologías, aunque a rasgos generales la primera se caracteriza por su continuidad histórica, inclusión y localización propia, mientras la segunda está atravesada por diferentes procesos de mestizaje, apertura y especificidad (Zhang y Guo, 2021). El modelo psicométrico de Geert Hofstede (1991) nos permite hacer un análisis comparado a nivel nacional a través de seis dimensiones culturales: distancia al poder, individualismo, masculinidad, evasión de las incertidumbres, orientación a largo plazo e indulgencia. Los valores recolectados muestran una mayor jerarquía y orientación a largo plazo en la población china, mientras la sociedad argentina tiende hacia el individualismo, la evasión de las incertidumbres y un alto nivel de indulgencia (Figura 2). Por otro lado, la encuesta mundial de valores culturales, la cual tiene mejor representación poblacional y temporal que los datos de Hofstede, caracteriza a las sociedades confucianas por sus valores seculares, racionalistas (es decir, creencias materiales) y de supervivencia (es decir, factores de inseguridad), mientras las sociedades latinoamericanas poseen valores tradicionales y de auto-represión, caracterizados por un mayor optimismo, defensa de la libertad y sentido de la felicidad (Zhang y Guo, 2021). Pese a las marcadas diferencias que existen entre ambas sociedades, los factores de análisis mencionados podrían utilizarse como diagnóstico cultural con el objetivo de calibrar nuestros bienes simbólicos en función de las características locales, mejorando la adaptabilidad en el mercado e incrementando la base de consumo.

Figura 2: 
Modelo de las dimensiones culturales de Hofstede en Argentina y China.
Figura 2:

Modelo de las dimensiones culturales de Hofstede en Argentina y China.

Por otro lado, la identificación y selección de bienes culturales para su circulación en China nos plantea otro debate ¿Es posible lograr una representación extensiva de nuestra cultura nacional o resulta preferible especializarnos en algunos símbolos con mayor aceptación en el mercado local? La literatura especializada sugiere algunas perspectivas interesantes. El concepto de diplomacia de nicho (niche diplomacy) introducido por Henrikson (2005), toma en consideración la situación de los países pequeños que deciden ejecutar diplomacia pública en el exterior, pero cuentan con un presupuesto reducido y pocas chances de lograr una influencia masiva. De forma similar, Escude (1992) plantea que los países latinoamericanos podrían tener margen de maniobra en el escenario internacional al elegir cuidadosamente su área de influencia para obtener beneficios estratégicos a costa de los países que se encuentran en una posición central. Siguiendo ambas perspectivas, un plan de promoción nacional para la circulación y consumo de bienes culturales en China podría optar por concentrar recursos en ciertos nichos de mercado donde existen ventajas comparativas frente a otros competidores en el mercado internacional. En este sentido, Argentina posee algunos bienes simbólicos que son reconocidos mundialmente y en los cuales se podrían concentrar esfuerzos para maximizar su efecto e influencia social. Por ejemplo, el futbol es uno de los bienes simbólicos que mejor identifican nuestra cultura nacional, particularmente después de los resultados obtenidos en la Copa Mundial Catar 2022 y la fama internacional de Lionel Messi como uno de los mejores jugadores de la historia. De forma similar, el romanticismo y la estética del tango argentino lo convierten en un bien cultural digno de consideración para una estrategia de promoción focalizada (Rieger, 2018). De hecho, de acuerdo con la encuesta de Johnson y Lin (2015), las imágenes que el público chino tiene sobre Latinoamérica están mayormente asociadas al futbol y al tango argentino/samba brasileño. Por lo tanto, resulta lógico que los esfuerzos nacionales se enfoquen en explotar la influencia simbólica de bienes culturales que ya cuentan con cierto reconocimiento en la sociedad local.

Otro aspecto a considerar es la estructura del plan de promoción, particularmente respecto a la circulación y los agentes externos involucrados en este proceso. Como se mencionó anteriormente, la diplomacia tradicional suele depender de los actores gubernamentales, quienes monopolizan las iniciativas internacionales del Estado. La diplomacia pública, por el contrario, se enfoca en interacciones gubernamentales con la sociedad civil a través de un conjunto más o menos heterogéneo de miembros con relaciones horizontales entre sí, lo cual permite mayor colaboración, aprendizaje y velocidad en la adquisición del conocimiento. Esta estructura organizacional para la diplomacia pública, usualmente llamada modelo de red, supone un “conjunto relativamente estable de relaciones no-jerárquicas e interdependientes entre los agentes, los cuales comparten intereses comunes respecto a las políticas y suelen intercambiar recursos con el objetivo de perseguir dichos objetivos, siendo plenamente conscientes sobre los beneficios de su cooperación” (Hocking, 2005). Desde este punto de vista, la toma de decisiones centralizada y las iniciativas estrictamente controladas desde el Estado plantea desventajas respecto a la velocidad de circulación y la extensión geografía del plan de promoción. Si bien existen desafíos respecto a cómo administrar dicho nivel de apertura de forma constructiva, a veces los actores no-estatales cuentan con habilidades y recursos que los agentes gubernamentales no poseen (Isar, 2022). Por ejemplo, la formación académica y el conocimiento especializado de los consultores profesionales, particularmente en cuanto a las iniciativas de diplomacia pública y marca país, se enfocan en la sociedad civil y son diseñadas en torno a los fundamentos de la psicología social, el marketing y las finanzas internacionales (Aronczik, 2013; Hemery, 2005). De la misma manera, los académicos cuentan con capacidad analítica para la evaluación de los planes de promoción, también influencia y redes en el sector educativo local, las cuales podría ser un canal válido para la circulación de bienes culturales (Bettie, 2019; Snow, 1992). Teniendo en consideración estas cuestiones, es posible que un modelo de red, que incluye un conjunto heterogéneo de actores estatales y no-estatales, sea una opción apropiada para la ejecución de un plan de promoción cultural en China.

5 Reflexiones finales

La investigación nacional se ha limitado al análisis de las condiciones económicas y sociopolíticas en las cuales las industrias culturales han sido desarrolladas (Getino, 1995; Schargorodsky, 2018), además de evaluar las políticas públicas que dieron inicio a la marca país argentina a principios del corriente siglo (Bachratz, 2011; Echeverry y Estay Niculcar, 2012). A nuestro entender, la bibliografía no ha generado contribuciones significativas respecto al uso y la distribución de los símbolos nacionales en otras latitudes, generando oportunidades de investigación para las nuevas generaciones de académicos que se enfocan en las interacciones y la cooperación con la República Popular China. Tomando como punto de partida algunas perspectivas teóricas de la sociología y la diplomacia pública, este artículo intenta poner en discusión algunos aspectos sobre el consumo y la circulación de los bienes culturales argentinos en China, con el objetivo de visibilizar un campo de investigación estratégico (muchas veces ignorado) entre las sub-disciplinas que abordan la política exterior de nuestro país. A su vez, este trabajo pretende ser una contribución práctica para la toma de decisiones y la planificación estratégica en torno a la promoción nacional de los bienes culturales, tomando en consideración las particularidades del mercado local y la estructura de intermediarios involucrada en estos procesos.

No obstante, una revisión de bibliografía multidisciplinar solo logra introducir algunos debates y poner en agenda el estudio de los bienes culturales desde la perspectiva sugerida. En el futuro, la investigación nacional deberá tomar la iniciativa de generar conocimientos basados en datos concretos, con el objetivo de brindar soporte a las instituciones gubernamentales, cámaras de comercio y otras entidades de promoción exterior. En este sentido, se sugiere hacer uso de los diferentes métodos de las ciencias sociales para abordar ambos procesos. Por ejemplo, el consumo puede ser analizado cuantitativamente con el fin de identificar los bienes culturales que gozan de mayor popularidad en los diferentes segmentos de la sociedad local. Desde el punto de vista de la circulación, los intermediarios locales o agentes de promoción podrían ser evaluados cualitativamente con distintas técnicas como las entrevistas en profundidad, la observación participante y la etnografía, con el objetivo de obtener mayor información sobre sus interacciones sociales, estructura organizacional y beneficios personales. A grandes rasgos, estas son algunas líneas de investigación que podrían ser consideradas para aumentar el conocimiento sobre los procesos sociales y culturales que envuelven a nuestro objeto de estudio.


Corresponding author: Joaquín Estrader, Escuela de Educación Extranjera y Estudios Internacionales, Changzhou University, No. 1 Gehu Road, Wujin District, Changzhou, Jiangsu, 213164 P.R. China, E-mail:
Docente en la Escuela de Educación Extranjera y Estudios Internacionales de la Universidad de Changzhou. Investigador en el Centro de Estudios Argentina-China, FSOC-UBA. Licenciado en Ciencia Política (UBA). Magister en Administración de Empresas (SWJTU). Candidato a Doctor en Ciencias Sociales (UBA).

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Received: 2023-08-10
Accepted: 2024-02-01
Published Online: 2024-03-08
Published in Print: 2023-09-26

© 2024 the author(s), published by De Gruyter and FLTRP on behalf of BFSU

This work is licensed under the Creative Commons Attribution 4.0 International License.

Downloaded on 8.9.2025 from https://www.degruyterbrill.com/document/doi/10.1515/sai-2023-0008/html
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