En un presente marcado por la intensificación de las crisis ecosociales, las plantas podrían revelarse, para el pensamiento y las prácticas de las culturas hipermodernas, como el sustento socioecológico y ecosimbólico de la vida, en lugar de ser vistas como materia explotable, trasfondo paisajístico o referencia simbólica residual —como ha sido mayormente el caso en el imaginario occidental—. No sin razón, en los últimos años, los organismos compuestos por células vegetales, tan dados a crecer, han irrumpido como centros gravitacionales en los mundos del arte y las escrituras literarias, así como en las corrientes más actuales y aún emergentes de las humanidades, especialmente en las humanidades ambientales. Además, las nuevas formas de trabajar con y sobre el mundo vegetal parecerían estar alentadas por algunas prácticas y percepciones vividas en América Latina, donde muchas veces se les ha atribuido un valor particular a las plantas, tanto antes como después de la colonización europea. Efectivamente, los imaginarios vegetales del continente han determinado las diferentes maneras de relacionarse con el mundo más-que-humano (Wylie 2023: 343). Sin embargo, en la modernidad occidental y al menos desde el Siglo de las Luces, la disciplina responsable de producir y proporcionar saber sobre las plantas ha sido la biología. Científicos europeos como Carl von Linné establecieron un régimen de sistematización y categorización de las plantas que las ordenó de manera esquemática y reduccionista, tratándolas casi de materia mecánica o inerte. Así, por ejemplo, se nos inculcó que las protagonistas del proceso bioquímico llamado fotosíntesis serían incapaces de moverse de manera autónoma —hasta que la fitología más reciente relativizó ese dato, aunque manteniendo la imposibilidad de la plantas de huir literalmente (ante las adversidades ambientales)—.
“Flipar” con la fotosíntesis: puntos de partida del plantismo, del pensamiento vegetal o Plant Thinking
El hecho de que las plantas estén compuestas principalmente por celulosa, la biomolécula orgánica más dominante del planeta Tierra, explica conceptos ecosóficos como el plantismo o pensamiento vegetal, que surgieron en el ámbito latinoamericano y en lengua castellana como alternativa al Plant Thinking (Marder 2013). La filósofa argentina Noelia Billi (2022; 2023) arroja luz sobre cómo el mundo vegetal fue invisibilizado y silenciado por el sistema capitalista y sus modos de pensar, practicar la vida y organizar comunidad y comunicación. En ese sentido, el plantismo se enfoca en la conectividad de los seres vegetales y en que esta sería indicadora de una potencia inigualable pero ignorada, dado que las plantas se comportan de manera contraria a las leyes dictadas por el capital: no mediante la competencia, sino actuando como conjunto, acervo, enjambre, en suma, como red. En el contexto europeo, ya Deleuze y Guattari señalaron la “sabiduría” de las plantas e indicaron cómo estas se enganchan unas a otras, viéndose además conectadas siempre con algo —con el viento o algún animal (incluido el humano)—: “Sagesse des plantes: même quand elles sont à racines, il y a toujours un dehors où elles font rhizome avec quelque chose —avec le vent, avec un animal, avec l’homme” (Deleuze y Guattari 1980: 18).
Precisamente porque este dossier no está centrado en el ecofeminismo, quisiéramos ofrecer, en este punto introductorio, un pequeño excurso movido por lo anteriormente expuesto. Dicho de manera esquemática, la relación entre mujeres y plantas en el siglo xx y xxi es revisitada por los ecofeminismos desde los años setenta del siglo xx, tanto en clave esencialista como constructivista. Existe una vinculación histórica de “la mujer” con el espacio doméstico y la huerta, una economía invisibilizada que encuentra un paralelo en los (también invisibilizados) “servicios ecosistémicos” de “la naturaleza”, en cuyo contexto las plantas sufren la gestión productivista que menosprecia a lo que crece fuera del modelo como “maleza” (nota bene: el término yuyo, en cambio, del quechua, o quelite, del náhuatl, identifican y designan entre las hierbas silvestres las comestibles, en vez de maldecirlas).
El aspecto bioquímico más característico e intrínseco de las plantas —la energía voltaica vegetal (que convierte a regiones del mundo como Sudamérica en cuencas fotosintéticas)— a su vez es referido por la ecofeminista Yayo Herrero con estas palabras: “Si el Sol es la energía, la fotosíntesis es la tecnología básica de lo vivo. A mí, me flipa la fotosíntesis” (2020: s. p.). Herrero hace una remarcación especialmente diciente para este dossier enfocado en la literatura y otras representaciones simbólicas (y docu-simbólicas) de las plantas, al aclarar que “[f]altan, me parece a mí, muchos poemas sobre la fotosíntesis”.
Para la especialista en biodiversidad colombiana Brigitte Baptiste, algunas plantas tienen un significado muy potente para la “transecología”: la palma de cera, por ejemplo, posee la capacidad de cambiar de sexo y así se maneja ante las adversidades ambientales. Esta capacidad es, entre otras, de fundamental relevancia en vista de las deforestaciones. La destrucción de los ecosistemas forestales provoca señales biológicas que suscitan flexibilidad, pues es posible que las “palmas macho se vuelvan hembras” (Gallón Salazar 2023: s. p.) —o que al menos reaccionen con la producción de flores—. Una magistral prueba de (super)vitalidad para con un “planeta B”, que Baptiste evoca no sin preocupación, pero ante todo con creatividad queer (Baptiste 2025). Las palmas de cera son transformadoras, operan de manera interespecífica y mantienen relaciones no solamente binarias.
Por otro lado, Natasha Myers afirma que las plantas, pese a su potencia metabólica, transformadora para la vida en el planeta Tierra, son frecuentemente subestimadas o insuficientemente reconocidas por o en el imaginario público y político:
Más poderosas que cualquier planta industrial, las comunidades de criaturas fotosintéticas reorganizan los elementos a escala planetaria. Saben cómo componer mundos habitables, respirables y nutritivos. Al exhalar, componen la atmósfera; al descomponerse, hacen el abono y alimentan el suelo. Manteniendo la tierra abajo y el cielo arriba, cantan en frecuencias ultrasónicas casi audibles mientras transpiran, moviendo volúmenes masivos de agua desde las profundidades de la tierra hasta las nubes más altas. Limpian las aguas y alimentan toda la vida. (Myers 2022: s. p.)
La bióloga y antropóloga canadiense señala que en medio de “la esclavitud de una economía que fetichiza el carbono”, los seres vegetales se manifiestan como practicantes de un arte fundamental el de aspirar las emisiones gaseosas generadas por la especie humana; y deja claro que “[n]uestros mundos solo serán habitables cuando las personas aprendan a conspirar con las plantas” (Myers 2022: s. p.). Parecería que la referencia tan explícita a los beneficios que le brindan los organismos vegetales a los seres humanos tuviera el objetivo de legitimar la explotación de la fuerza (tan productiva) vegetal. Este tipo de “antropocentrismo estratégico”, empero, ayuda al activismo ecológico y ecopedagógico, y a los ecosistemas culturales. También Noelia Billi subraya que las plantas serían “las reinas” de la asociación, a saber, “activadoras de mallas sensibles desde sus especiales y cada vez particulares sensoria” (Billi 2022: s. p.). Gracias a estas características, los seres vegetales se infiltran en las artes.
Plantar el plantismo y cargar semillas de acacia: pensar las alianzas vegetales contra el monocultivo
Los planteamientos de la filosofía y la ecología (neo)materialista, tan solicitados en la actualidad, desafían los regímenes antropocentrados y antropocentralizantes que están produciendo (desde hace tiempo ya) la tremenda transformación ecológica del planeta Tierra. Estos planteamientos abogan por una perspectiva y una praxis ecocéntrica entre los seres humanos y el mundo más-que-humano que ponga en tela de juicio los regímenes económicos y racionalistas de la modernidad occidental. Forma parte de ellos el ya mencionado plantismo. Sin embargo, queda por demostrar si pensar las plantas —y plantar el plantismo, o Plant Thinking y corrientes afines de pensamiento provenientes de la academia occidental[1]— no conlleva el riesgo de seguir usurpando e instrumentalizando los sistemas más-que-humanos; es decir, si no significa seguir con el mismo error ecológico de la apropiación. En vista de esta sospecha, no estará de más insistir en las necesidades de adaptación a los escenarios ecológicos del presente y próximo futuro y en que estos reclaman un cambio de sistema hacia lo práctico y lo colectivo.
En ese sentido quizás asombre que se singularice la filosofía en su abrazo con las ciencias de la vida, por ejemplo, en la celebración de Stefano Mancuso (2013; 2017; 2019) como divulgador “influyente” del reino vegetal por The New York Times en español, o de Michael Marder como el “filósofo de las plantas” (Albertus 2025). Pero la labor científico-publicitaria, y hasta científico-ficcional en términos literarios, de estas figuras no ha de subestimarse. Mancuso, como Baptiste con el “planeta B”, recurre a códigos de la ciencia ficción: “Si llegara al planeta Tierra una nave alienígena, su tripulación seguramente se dirigiría a las plantas, vería en ellas a sus interlocutores naturales” (apudCarrión 2019: s. p.). Más allá de la anecdótica existencia de un proyecto astrobotánico como el de Plants in Space, que prevé el cultivo de plantas en un jardín espacial para alimentación y beneficio psicológico del personal astronauta, también el botánico italiano subraya que “para poder narrarlas, hay que pensar que las plantas son extraterrestres” (apudCarrión 2019: s. p.). Justamente la estrategia narrativa (más la evocativa, poética) resulta un método de producción simbólica que integra datos y perspectivas provenientes de la tecnología y las ciencias exactas y de la vida (en este caso, la botánica). Igualmente la filósofa y bióloga feminista (y fan del storytelling) Donna Haraway se pregunta cómo “cargar” y transportar historias de la supervivencia en el planeta Tierra, y encuentra esta respuesta: “My carrier bag for terraforming is full of acacia seeds” (Haraway 2016: 121[2]).
En ese marco, quisiéramos acentuar que, en contra de la tradicional interpretación de los árboles o de las raíces como símbolos de lo estable, lo inmovible y lo monolítico, y abogando por lo rizomático como estructura decentralizada, entrelazada y no jerárquica en Deleuze y Guattari (1980: 24), el nuevo pensamiento vegetal enfoca justamente la cualidad de las plantas de entrar en relación con otros seres y otras existencias, de “subjetividad” abierta y múltiple, desde siempre interpenetrada por la luz, el aire, el agua, la tierra, etc. O como formulara el filósofo italofrancés Emanuele Coccia (como otro “faro” de los Critical Plant Studies europeos):
Les plantes imposent à la biologie, à l’écologie, mais aussi à la philosophie, de repenser à nouveaux frais les relations entre monde et vivant. [...] Le monde est ouverture, liberté de circulation absolue, non pas côte à côte, mais à travers les corps et les autres. Vivre, expériencer ou être-au-monde, signifie aussi se faire traverser par toute chose. [...] Les racines ne sont pas ce qu’on a cru que’elles étaient, mais elles expriment et incarnent tout de même l’un des traits les plus marquants de l’existence végétale : l’ambiguité, l’hybridité, le caractère amphibie et double. (Coccia 2016: pp. 57, 91 y 103)
Coccia resalta el enmarañamiento de toda materia, un fenómeno que las plantas ejemplifican de manera paradigmática. Y al igual que Deleuze y Guattari, insiste en el carácter ambiguo e híbrido de los seres vegetales: desde su ética ecológica del cuidado entre vidas y formas de existencia humanas y más-que-humanas, el pensamiento vegetal rechaza la ideología política de lo “puro” y de lo “propio” y aboga por una “metafísica de la mixtura” (Coccia 2016).
En ese mismo sentido, el plantismo hace hincapié en la poderosa capacidad de supervivencia de las plantas, en cómo componen infraestructuras invisibles de sostén vital, y en que a la vez se revelan como agentes epistémicos, políticos y afectivos desde una temporalidad no humana. Ante estas “superpotencias” debería sorprender el tan extendido cultivo de los monocultivos con sus políticas de la erradicación (fitofóbica) aplicadas por la agroeconomía hegemónica —y cuyas secuelas pueden ser observadas de manera particular en América Latina (en el caso del azúcar, la soya, etc.).
Entre Hispanoamérica y España: las plantas y la dimensión colonial
La actual situación de abuso de la tierra/Tierra a través de los monocultivos, la deforestación y la intoxicación del suelo y del aire, por nombrar tan solo algunos aspectos de la crisis socioecológica global, remonta hasta la Conquista y las primeras empresas coloniales en las Américas. Desde la primera colonización, las tierras americanas se han visto atravesadas por un “imperialismo ecológico” (Crosby 1986); es decir, un colonialismo también botánico y de imposiciones epistemológicas, que invisibilizó (y sigue ofuscando) los múltiples saberes originarios y las prácticas sociales vinculadas a lo vegetal. Tal y como lo atestiguan las primeras crónicas, el interés de los europeos se enfocaba, desde el principio, en la materialidad de las tierras recién “descubiertas”, que enseguida fueron aprehendidas en tanto recursos económicos y potencial mercancía (un clásico: Galeano 1971; recientemente: Wehrheim 2022). Esta toma empezó con el oro y la plata, pasando por el caucho, el cobre o el salitre, y llega hasta las “tierras raras”, los metales solicitados hoy en día, entre ellos el litio. Al mismo tiempo fueron desplazadas muchas de las cosmogonías vinculadas con el mundo vegetal y animal (y de implicancias animistas y holísticas), sometidas por el pensamiento del régimen cristiano, así como por la noción y visión europea de las plantas, tecnicista y económica (y, por ende, extractivista). En algunos casos, empero, los saberes y las prácticas indígenas lograron sobrevivir durante siglos y hasta la actualidad, por ejemplo a través de tradiciones de cultivo locales y el conocimiento del poder curativo de las plantas autóctonas. Estos saberes se manifestaron y se siguen manifestando en las prácticas estéticas y en los sistemas de representación artística y de las literaturas americanas; así como en mitos, canciones y narraciones transmitidas de manera oral.
Con referencia a la botánica moderna, valga destacar el papel fundamental que desempeñaron las grandes expediciones científicas en las Américas de los siglos xvii y xviii para el desarrollo de esta disciplina. Fueron cruciales los científicos jesuitas, como impulsores de una cultura de la exploración geográfica, geológica y también botánica en los tiempos de la Colonia (Millones Figueroa y Ledezma 2005). Entre las obras jesuitas más influyentes en esa línea se encuentra la Historia natural y moral de las Indias (1590), de José de Acosta, y El Orinoco ilustrado (1741 y 1745), de José Gumilla. También habría que mencionar la labor de José Celestino Mutis, quien inició la gran expedición botánica del Reino de la Nueva Granada (1783 y 1816; cf. Mutis 1954). Por otra parte, el naturalista y explorador alemán Alexander von Humboldt recurrió en sus escritos a estos autores y buscó el diálogo con los científicos criollos, abriendo paso a la exploración sistemática de la fauna americana e iniciando, definitivamente, un pensamiento ecológico integral —europeo— avant la lettre (Humboldt 2023).
La literatura, las artes y otras prácticas estéticas con las plantas
Ante los múltiples escenarios extractivistas y destructivos que experimenta la vida vegetal, nace la pregunta sobre en qué medida las (re)creaciones simbólico-materiales podrían aprehender y transmitir lo vegetal en tanto horizonte literalizable, visualizable y poético. ¿Hasta qué punto la dedicación a las plantas puede poner en marcha una praxis transformadora, ya sea en forma de manifestaciones o acontecimientos poéticos de estudios, composiciones o instalaciones visuales que transmitan detalles botánicos o tramen nuevas ecologías fitoestéticas (y hasta fitoafectivas)? ¿Qué tan influyentes son para estas posibles praxis las nuevas corrientes (eco)filosóficas, como el plantismo o Plant Thinking —o lo que podríamos llamar genéricamente el pensamiento-planta o pensamiento vegetal—, en sus intentos de pensar con las plantas y desde las plantas, y de circunscribir una inteligencia vegetal?
Desde siempre, y tanto en las Américas como en Europa, las artes han buscado una relación con las plantas más allá del marco científico-racionalista: un vínculo imaginativo, subjetivo y, también, afectivo. Por consiguiente, la literatura, el dibujo y la pintura, la fotografía, la arquitectura o la perfomance y la instalación nos ofrecen otras formas de sentir y saber frente o, mejor, con las plantas que trasciende el acercamiento de la biología hegemónica y las ciencias conlindantes.
De todas formas, uno de los desafíos en el intento de crear una relación no antropocéntrica con las plantas es, sin duda, el problema de la representación. ¿Cómo darles una voz a las plantas sin apropiarse de ellas? En ese sentido, Marder arguye que la ausencia de una voz (vegetal) que sea comparable a la humana no significa que las plantas estén exentas de comunicación: “The plants’s absolute silence puts it in the position of the subaltern. The absence of voice in plants does not preclude their spatial, material self-expression, though it does pose additional hurdles to the ethical treatment of vegetal life” (Marder 2013: 186). La cuestión de la voz, entonces, les seguiría exigiendo a los seres humanos una sensibilidad y atención especial frente a los seres vegetales que implica un entendimiento de estos como absolutamente “otros”.
En este dossier, partimos de la difícil tarea que constituye el deseo de representar a los seres vegetales, teniendo en cuenta su ontología así como la política que significa (el acto de) su representación. Tanto más, queremos acercarnos a las plantas “con la apertura del no saber” (Myers 2022: s. p.), entendiendo que las diferentes intervenciones estéticas ofrecen una respuesta enriquecedora y sensible para con el mundo vegetal; justamente porque no trabajan con el logos sino que operan mediante diferentes sentidos y con un lenguaje alusivo. El lenguaje poético, entonces, parece especialmente apto para abordar la existencia vegetal; no sin razón Marder pregunta de manera retórica: “How, for instance, could one ethically regret the fading of flowers, if not, as Rilke does, in the language of poetry, which does not represent anything and which, itself, verges on silence?” (Marder 2013: 186). Efectivamente, la poesía puede comunicarse con las plantas y su existencia silente.
En la tradición hispánica, el mundo vegetal ha tenido gran presencia en la literatura y las artes a más tardar desde el Siglo de Oro español, y de maneras y en funciones muy diferentes (Slater 2010; Cuvardic García y Pérez Parejo 2021). En las Soledades (1613/1627) de Luis de Góngora, por ejemplo, las flores desempeñan un papel central, tanto a nivel denotativo y literal como a nivel conotativo y retórico. Este largo poema gongorino pinta “un ecosistema poético que escenifica a su vez un ecosistema natural” (Erice y Ceballos Viro 2022: s. p.). En otro caso eminente, místico, el “Cántico espiritual” de san Juan de la Cruz, compuesto entre 1577 y 1579, la voz poética se dirige a los bosques, a los prados y a las flores. Lo hace con especial pasión, ya que todos estos elementos han sido plantados por el adorado Amado, como metonimia de lo sagrado del mundo físico y la creación divina terrestre. En el Libro de la vida (1565), de santa Teresa de Jesús, por otra parte, las metáforas del huerto y del vergel evocan el alma como “jardín interior” en el que “nunca faltaran flores, y frutas” (santa Teresa de Jesús 1851: cap. 18, párr. 5). A su vez, en una de las manifestaciones poéticas más ilustres de las Américas hispanófonas, la obra de sor Juana, el soneto “La compuesta de flores maravilla” (1689) trasciende la alabanza barroca. Cual composición resistente, este poema cifra el mundo vegetal (y la pluma que lo escribe), como un agente de conocimiento (biocósmico), y subvierte las jerarquías imperiales. La flora en sor Juana se revela como mediadora entre tierra y cielo.
Más allá de la época del esplendor literario hispánico barroco, el romanticismo le prestó especial atención al mundo vegetal; por ejemplo en las flores (acuáticas) compuestas por Carolina Coronado (1852), como una alianza humano-vegetal, consciencia y existencia entrelazadas y figura autorreflexiva de la propia escritura femenina de la época. También la obra de la gallega Rosalía de Castro sondea en el mundo vegetal e identifica voces especialmente sensibles.
Volvemos a sor Juana y a cómo en el soneto mencionado la rosa es explícitamente identificada como mexicana (antes de ser bautizada “rosa de Castilla”), como una presencia vegetal situada, nativa, “soberana” incluso frente al imaginario importado (sor Juana 2021: 345). En este orden de ideas, y dando un gran salto temporal, remarcamos que la selva, el desierto y los ríos del continente latinoamericano cobrarían, más allá de ser el trasfondo fundamental de la novela regional de finales del siglo xix, un protagonismo muy propio, y que a principios del siglo xx y con las poéticas del modernismo y de las vanguardias experimentaron una re-creación (creacionista, por ejemplo). Tan solo pensemos en los versos del “Arte poética” de Vicente Huidobro: “Por qué cantáis la rosa, ¡oh Poetas! / Hacedla florecer en el poema” (Huidobro 1992: 17). Por otra parte, las poetas posmodernistas Juana Ibarbourou —en su reivindicación de la higuera (“porque sus ramas son grises, / yo le tengo piedad a la higuera”; Ibarbourou 1922: 61)— y, sobre todo, Gabriela Mistral (en sus memorias afectivas de especies nativas: chilcos, boldos, pneumos, litres y quiscos), le dieron especial visibilidad a la flora local y cotidiana. A mediados del siglo xx, el autor cubano Alejo Carpentier celebraría los árboles sagrados como la ceiba no solo para la cosmovisión del mundo precolombino sino también para la estética del neobarroco; por consiguiente, Lesley Wylie propone hablar de un “barroco vegetal” americano (Wylie 2020: 92–134).
En el presente, numerosos autores y numerosas autoras, y especialmente poetas, se inscriben en esta tradición; por ejemplo la nicaragüense Esthela Calderón (2008), cuyos “poemas etnobotánicos” componen un “gran jardín lingüístico” (White 2009: 96) y una memoria vegetal centroamericana. Es frecuente la evocación o transmisión del saber botánico, curativo y simbólico de las plantas nativas en la poesía indígena. Por nombrar solo tres representantes mapuches: Leonel Lienlaf, Elicura Chihuailaf y Adriana Paredes Pinda. También llaman la atención las intervenciones de la activista y artista chilena Cecilia Vicuña, su labor(atorio) con y de semillas, palillos, hojas y otros elementos orgánicos, mediante los cuales intenta conectar a quienes participan de sus perfomances con el mundo vegetal. La cifra de representantes del mundo literario y de artistas que trabajan con plantas en América Latina y España (y en otras regiones del planeta) está explotando; fenómeno que invita a pensar que se podría tratar de un efecto inverso a la creciente extinción de los seres vegetales en la Tierra.
Este dossier: un encuentro con la sabiduría de las plantas
Este dossier ofrece solamente una selección de posibles acercamientos al mundo vegetal, sin querer ni poder ser, de ninguna manera, exhaustivo. Todo lo contrario: lamentamos que, si bien algunos ensayos tocan o plantean distintas perspectivas americanas mestizas, no se trate de manera íntegra ninguna perspectiva explícitamente indígena. Tampoco el ecofeminismo o los estudios de género aparecen de manera exclusiva, aunque sí atraviesan casi todas las contribuciones. En cuanto a los debates teóricos del y sobre el plantismo, estos constituyen el trasfondo de todas las contribuciones, en mayor o menor extensión.
Este número especial reúne contribuciones académicas, ensayísticas y artísticas de índole muy diferente, a modo de eco de una convocatoria interdisciplinaria, que tuvo el fin de aproximar y compartir el tema de las plantas desde la filosofía, la biología, los estudios literarios y culturales y la Historia, pero también desde la fotografía, la ilustración, la arquitectura y la creación poética. Nos movemos entre Hispanoamérica y España con una inclinación hacia el continente americano. Además, y dado que la actual crisis socioecológica en América Latina remonta de manera fundamental a la colonización ocurrida en los siglos xv y xvi, casi todos los trabajos se inscriben en el contexto de las teorías poscoloniales y decoloniales.
Sin duda alguna, el deseo de darle una voz al mundo vegetal y descentralizar la perspectiva antropocéntrica desde las mismas disciplinas de las “humanidades” —que tradicionalmente han puesto el ser humano en el centro de su interés—, representa una paradoja. Por consiguiente, invitamos a un espacio que sea apto para “un encuentro con las plantas”, aunque esto implique un giro hacia el des-encuentro, el encuentro perdido o no realizado (Hall 2011). Un escenario al que Ailton Krenak responde con el concepto de “florestanía”, es decir, abogando por una vida ciudadana dentro y desde la floresta (que además defienda los territorios):
[...] creo que es una lucha constante por ampliar el espacio del ejercicio de la ciudadanía, pero una que pueda alcanzar la idea inventiva de los pueblos de la floresta que han dicho que tienen florestanía, para contraponerse a esa cosa bruta de la ciudad donde la idea de ser ciudadano es tener una calle pavimentada, agua canalizada, saneamiento, empedrado, condominios [...]. (Silva 2018: s. p.)
Ante la “ceguera vegetal” (Schussler y Wandersee 1999), podemos recurrir además al antropólogo colombiano Weildler Guerra Curvelo, y a la sabiduría wayú de las plantas:
A diferencia de animales y humanos, que se mueven de forma incesante, las plantas sabiamente permanecen en el lugar que les fue originalmente asignado sin invadir y disputar los territorios de otros seres vivientes. [...] La sabiduría de las plantas es aún más evidente cuando su vida declina pues el momento exacto de su muerte es impreciso y gradual (Guerra Curvelo 2024: s. p.).
En consonancia con nuestro encuentro con las plantas, el diálogo interdisciplinario, las confluencias entre estética y política y los movimientos entre América Latina y España, la poeta y académica española Rosa Berbel, una de las voces españolas más potentes de la actualidad, y la académica argentina Azucena Castro, quien recién publicó el libro Posnaturalezas poéticas (2025), más que pertinente para nuestro asunto, abren este dossier con un “prefacio a dos ramas”.
Sigue un poema de Maricela Guerrero. En “Rezo. Intervención al capítulo xx de Balún Canán”, la poeta mexicana, una de las más destacadas de América Latina de este momento, entra en diálogo con una novela paradigmática de otra escritora mexicana y feminista, Rosario Castellanos, Balún Canán (1957), mediante un homenaje a las plantas autóctonas americanas y al sistema de agricultura maya llamado milpa, evocando una estrecha interdependencia de los sujetos-cuerpos humanos y el mundo vegetal. “Rezo...” es un espacio de cultivo y de siembra, un lugar nutritivo en el sentido literal y metafórico; alternativo al régimen colonial y patriarcal.
A continuación, la bióloga e ilustradora científica colombiana Camila Pizano brinda un apasionado alegato a favor de la ilustración botánica más allá de lo decorativo. En “Dibujar hasta las raíces: la ilustración botánica, un arte con propósito científico”, aprehende la ilustración como medio de conocimiento e indaga en el potencial del arte de crear una sensibilidad para con la biodiversidad, remontando hasta la época de los grandes viajes científicos europeos. Como artista científica, hace evidente que su labor ayuda a conocer la ecología de las plantas e incluso impulsa el descubrimiento de nuevas especies.
Al hilo de estas consideraciones sobre la representación gráfica de las plantas, las fotógrafas argentinas Laura Basílico y Paz Secundini exponen la visión y práctica ecológica de su “fotografía vegetal”. Las dos artistas usan extractos de plantas de su entorno próximo para facilitar un revelado analógico de sus fotografías. La práctica de la fotografía vegetal les ofrece una manera de relacionarse con el medio ambiente: las fotógrafas no solo trabajan sobre sino con las plantas. Forma parte de esta contribución que algunas de las fotografías (Herbario doméstico 2022) se asomen entre las contribuciones académicas de este dossier.
Sigue el ensayo “Millones de plantas, manías vegetales: la transplantación de orquídeas en el siglo xix y xx”, del historiador colombiano Camilo Uribe Botta. Este ensayo traza el comercio histórico de las orquídeas, poniendo un especial enfoque en los entrelazamientos comerciales entre Colombia y el Reino Unido. El texto revela una fascinante y a la vez inquietante historia transátlantica: la del trato (post)colonial de las plantas, movido por un inmenso interés económico que causó una masiva destrucción medioambiental. El ensayo integra imágenes históricas y así entra en diálogo con las otras contribuciones de índole (meta)visual.
También la antropóloga (y poeta) colombiana Eliana Hernández Pachón se decidió por una planta regional específica, tropical —el plátano—, para reflexionar sobre el valor simbólico que esta adquirió en la literatura latinoamericana del siglo xix. Su artículo “Formas vegetales y tierras donde se vegeta: el plátano en la silva a La agricultura de la Zona Tórrida de Andrés Bello y Volver a comer del árbol de la ciencia de Juan Cárdenas”, propone una lectura cruzada de dos textos sintomáticos. Hernández Pachón analiza la estructura vegetal de ambos textos primarios —el modo de silva/selva, en Bello, y la estructura rizomática, en Cárdenas— y explora el entrelazamiento del plátano con el “proyecto Nación”. Resalta la geopolítica continental, así como las prácticas de una economía basada en la explotación de cuerpos marginalizados, sexualizados y racializados.
La crítica literaria gallega María López Sández, con “Las voces del mundo natural en la poesía, la tradición gallega y la poética ecológica de Rosalía de Castro”, arroja luz sobre la poesía y el ámbito gallego del siglo xix. Afirmando que el mundo vegetal en la literatura siempre tuvo una voz más allá del discurso científico, económico o racionalista, la autora expone las (im)posibilidades de una representación literaria no antropocéntrica de las plantas. Tras un breve repaso por la mitología y algunos ejemplos paradigmáticos de la poesía hispánica y mundial, se centra en el papel fundacional de los árboles en el romanticismo gallego (y en la obra de Rosalía de Castro).
A su vez, “Un sistema para levantar las historias de plantas (que somos)”, de Diana Obando y Sara Muñoz, surgió de un trabajo colaborativo transdisciplinar de La Juntanza, colectivo compuesto por siete mujeres colombianas de diferentes ámbitos profesionales. El texto compartido en este dossier nace del libro Siete plantas. Historias de la gente sin nombre (2024), en el que cada una de las siete mujeres involucradas estudió una planta regional específica en torno a sus calidades físicas y curativas, pero también en referencia a mitos, relatos y simbolismos circundantes. El método de trabajo de las autoras es personal y holístico, y se traduce en una epistemología y una escritura que difieren de manera sustancial de los enfoques científicos hegemónicos.
Con un texto titulado “Fitoestéticas y fitopoéticas para la arquitectura: habitar la biodiversidad”, la arquitecta y artista venezolana María Verónica Machado, residente en Chile, comparte su visión de una arquitectura que plante o al menos sustente la biodiversidad, coexistiendo con la dinámica metabólica terrestre. Partiendo de varias experiencias propias, pedagógicas, de aula viva, a su vez llevadas a cabo en Colombia, la autora despierta la sensibilidad por un cohabitar fitoestético y traza algunos capítulos de la arquitectura occidental que exilió el suelo vital de la Tierra.
Héctor Andrés Peña Rodríguez, filósofo colombiano radicado en Euskadi, en “Pensamiento vegetal/pensamiento-planta/plantipensamiento: más acá de un problema de traducción”, propone un trabajo filosófico-semántico-translacional del término Plant Thinking, y una traducción tentativa del título del tan citado libro de Michael Marder. Ante el trasfondo del Plant Thinking, Peña Rodríguez —que efectivamente es el traductor al castellano de Marder— ahonda en la (falta de) equivalencia entre “la planta” y “lo vegetal”, argumentando que la vegetalidad no sería una calidad exclusiva de las plantas, sino una nueva forma de pensar el “nosotros” (o “nosotras”) como metabolismo y transformación continua.
El dossier cierra con un ensayo de Roxana Crisólogo. En “Me enredo en mi forma de no pensar dónde crecer”, la célebre poeta peruana, gran representante de su generación y residente en Finlandia, discute cuestiones de semántica y de retórica relativas a un discurso de la ultraderecha de ese país escandinavo y un paralelismo ideológico entre la invisibilización y desvalorización de plantas y personas migrantes. La retórica política discriminatoria recibe respuesta desde una poética del reciclaje y de lo impropio que resuena, de alguna manera, con la mencionada metafísica de la mixtura de Coccia. La contribución, cuyo título migró al título de este dossier, rescata las memorias marginalizadas en el espacio urbano latinoamericano, tan marcado por el extractivismo, la desigualdad social y la pérdida del entorno natural.
Las plantas como (inter)locutoras (migrantes): a modo de apertura y agradecimientos
Ojalá este dossier recuerde el histórico conjunto etiquetado de papeles (de documentos sobre un asunto que se guardan juntos, respaldo de una idea, de una inquietud) y además una planta llamada papiro (que hizo posible que las inquietudes se pudieran documentar y compartir). La mayor parte de los ensayos que nuestro convoluto reúne bajo el título “Dónde crecer: poéticas y prácticas vegetales entre Hispanoamérica y España”, surgió de una mesa llevada a cabo en el I Congreso Internacional de Humanidades Ecológicas por la Universidad Autónoma de Madrid, en mayo de 2023. Agradecemos a quienes aceptaron la invitación a mantener viva esa mesa, contribuyendo a lo que ahora estimamos una cartografía interdisciplinaria (¿o indisciplinada?) de algunos modos de cohabitar lo vegetal en un momento eco-histórico —el Antropoceno—. Esta extraña época reclama repensar las formas en que el conocimiento, el arte y la vida se entrelazan con aquello que tradicionalmente (en los discursos dominantes de Occidente) se ha relegado al reino de lo mudo, lo pasivo o lo utilitario.
Esperamos, entonces, que la lectura de este dossier produzca resonancias, inspiraciones, curiosidad, además de nuevas inquietudes, o dudas, e incluso resistencias. Agradeceríamos si los textos pudieran despertar debates e invitamos explícitamente a entrar en contacto con quienes participaron de la creación de este conjunto de perspectivas sobre las plantas. Hablemos y sintamos la condición vegetal en su comunicación interespecífica, en su temporalidad no humana, en su capacidad de regeneración, y como espejo crítico frente al modelo extractivista.
No cerramos sin poner una vez más énfasis en que el continente latinoamericano —o Abya Yala— fue atravesado por un colonialismo botánico que sometió a saberes indígenas y prácticas comunitarias vinculadas a lo vegetal. Hispanoamérica y España comparten una historia colonial entrelazada, pero también una potencialidad común para pensar nuevas formas de vinculación con lo más-que-humano. En ese contexto, y en el contexto del Antropoceno o también Plantacioceno (Haraway 2015), las plantas emergen como interlocutoras necesarias para (re)imaginar nuevas ecologías. Fiel a esta inquietud, nuestro dossier no busca tanto definir qué son las plantas, más bien pregunta con ellas: ¿dónde crecer?, ¿cómo y cuándo crecer?
Queda darle las gracias a Guillermo Serrano, filósofo colombiano especializado en la historia de las subjetividades y la filosofía del arte, muy comprometido con la pedagogía ecocrítica, y a Vera Kahlert, por su apoyo en la fase del lectorado, y, más que nada, al equipo editorial de Iberoromania, por las lecturas tan atentas y la preparación final de los textos.
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